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Comentarios a Fragmentos 1. Reglas auto impuestas y sobre una cita de Cegador 2. El cuerpo, de Mircea Cǎrtǎrescu

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  1. Reglas Autoimpuestas para re-comenzar este blog.

Debo confesar que comienzo esta serie de entradas de blog con una esperanza doble: obligarme a dejar registro de reflexiones (por pasajeras e imprecisas que sean) de mis lecturas... y –esperanza aún más absurda– hacer que acaso esto sirva para motivar lecturas y diálogos con la literatura. No dejo de fantasear con que alguien haga lo mismo con mis dos novelitas (Antonieta de muchos nombres... pero sobre todo, La máquina de Hotefes contra las tebiras).

Ahora bien, me planteo este ejercicio bajo los siguientes simples parámetros: 1. Comenzaré el texto con una cita extraída de una lectura o re-lectura reciente, 2. No explicaré la cita de antemano, 3. La cita provendrá de pasajes que haya subrayado en el libro (porque sí, es mi costumbre rayar los libros que leo y hacer otras marquitas), 4. Habrá lugar para conexiones con mi propia persona, así como para información contextual o biográfica, pero trataré de limitarlas, 5. Me importará la materialidad del texto, es decir, su factura, su imaginería, sus implicaciones, y 6. No importa si leo la obra en traducción o en lengua original, pero lo haré saber.

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  1. Sobre una cita de Cegador 2. El cuerpo, de Mircea Cǎrtǎrescu


La imaginación, la carne y las metamorfosis entre lo trascendental, lo humano, lo no-humano
La imaginación, la carne y las metamorfosis entre lo trascendental, lo humano, lo no-humano
". . . para la criatura que ahora se amodorraba en su cárcel transparente, observando a un chiquillo que observaba a través del cristal de la ventana, el milagro no era ese. El milagro habían sido el cielo azul y el vuelo. Por eso ahora merecía la pena haber deambulado años y años, un gusano ávido y abyecto, por la oscuridad de los canales del roble. Se dejó caer al fondo del bote y se quedó inmóvil, pesado y rígido como un juguete de hojalata." (Cegador 2. El cuerpo 361)

Mircea es un niño reencarnado en este texto, a medida que las palabras se riegan a lo largo de tres volúmenes. Es un niño cuyo cuerpo está hecho no sólo de la concreción de la vida en la Bucarest de mediados del siglo XX, sino que lo componen también los cuentos que le cuentan sus conocidos, vecinos; de las historias de sus padres... pero, sobre todo, de los sueños y fantasías que atraviesan cada nueva estación de su vida. Aquí Mircea acaba de asistir a un espectáculo circense que culminó con el Hombre Serpiente hipnotizándolo... y mientras el niño alucina una ascensión increíble y casi divina, lo que la audiencia observa (según le dice su madre) es a un pequeño que hace sonidos y movimientos animales bajo los mandatos de su hipnotizador. Cuando su madre le cuenta estos detalles, de camino a casa, Mircișor captura a un escarabajo en medio de la noche. La cita arriba correspoonde al final de este episodio, cuando el pequeño mira por la ventana y la voz narrativa desplaza su atención hacia la perspectiva del insecto que ha sido cuidadosamente encerrado en un frasco de cristal.

Esta es la conclusión a uno de los capítulos más extensos de este volumen de Cegador 2. El cuerpo (si no es el más extenso). Durante unas sesenta páginas el lector ve surgir la alameda en la que se erige un circo, la relación del circo con el estado, la historia de algunos de los seres que deleitan al público con sus rarezas y habilidades, siendo el Hombre Serpiente el de mayor interés, por tratarse de una breve odisea que lo lleva por diferentes países. Todo conduce al momento en que este último hipnotiza a Mircea y este experimenta una elevación cósmica o trascendental hacia territorios celestes donde flotan los santos y el escritor primordial de todo. Este episodio espejea la aventurilla de Mircișor con su grupo de amigos de escuela. Se trata de un episodio narrado anteriormente en el texto y en el que el niño es elevado de manera incauta por su grupo de amigos, en un balde, hacia un piso elevado del edificio. Este elevación estalla en una visión increíble que, sin embargo, termina con él despertando y enterándose de que Herman (vecino cuya historia ocupa un lugar muy importante en Cegador 1. El ala izquierda) lo rescató de una caída mortal. El juego de espejos entre estas dos aventuras (elevaciones y alucinaciones), me parece, se resuelve con este final en el que la atención se desplaza al escarabajo... Se trata de un ser que tiene dos experiencias vitales tan distintas en el recorrido de su vida, que se constituyen en dos existencias separadas. Entre esas experiencias se encuentra la metamorfosis de su forma... antes, era un ser reducido a los canales de la corteza del roble en que habitaba... después, se convierte en un ser milagroso, que vuela, se eleva y conoce una realidad amplísima, que lo aleja de la simpleza del roble. Mircișor, el niño, atrapa a ese ser para que Mircea – ese "yo" que escribe y encarna al niño – tenga a su disposición la cifra de la complejidad de pliegues en los que ocurre su existir. Mircișor vive atrapado en sus propios canales... pero también se eleva, vuela y comprende otra dimensión que se encuentra en los intersticios cotidianos de Bucarest.

Aunque cabe seguir pensando aquí sobre la importancia de que aquí esa elevación ocurra en medio de un episodio de alienación, inducido por un ser también, acaso, alienado. Un episodio anclado en un lugar de espectáculo para masas que es financiado por el régimen comunista. Esto, sin duda, habla del tipo de canales de roble que el Mircișor sin alas experimenta día con día... pero luego, está la elevación que es una fuerza completamente interna y que toma la semblanza de lo animal para ojos externos. El doblez de la alucinación es el del "convertirse animal", en palabras de Gilles Deleuze y Feliz Guattari en Mil mesetas... es un convertirse cuyo lenguaje son sonidos animales y movimientos no-humanos. Aquí cabe pensar en que, en cierta forma, Cǎrtǎrescu aquí nos ubica en un territorio donde la imaginación es justamente el territorio para conocer esa dimensión que no se ve cuando se está sumergido en los canales del roble que pensamos que es nuestro mundo todo (continuando con la metáfora del escarabajo)... pero, no se trata de una imaginación disciplinada sino de una que para algunos se nombraría como salvaje... una que viola los tabús respecto a lo que es propio de tocar la trascendentalidad (lo santo, lo sexual, lo corporal, lo feérico, lo aterrador y lo amoroso, etc... todo conviviendo a la vez).

¿Es posible tal liberación? ¿Es posible soltar así las alas de la imaginación de forma tal que le hagamos el quite a toda convención y simbología pre-establecida para ser un "convertirse animal"? Resulta llamativo que el episodio termine justamente con el insecto atrapado en el frasco de cristal que Mircișor le ha creado... y, sobre todo, que tras experimentar ese milagro (el cielo azul y el vuelo), simplemente se deje caer como resignado a su prisión transparente. Esta actitud es un nuevo juego de espejo: Mirciș0r también mira al cielo desde el cristal de su ventana... mira el cielo donde voló cuando fue hipnotizado. ¿Y qué queda? El sonido imitativo de lo animal, el recuerdo de la visión... y, finalmente, la posibilidad de que con eso haya una manera de imaginar y narrar que vuelva a hacerse experiencia de carne y ojo.

Y finalmente... imagino la forma de mi propio escarabajo, atrapado en un frasquito que ojalá pudiera poner ante la ventana de un avión... el que me llevaba de Colombia a Estados Unidos cuando migré en 2005... o el que quizás me pondrá de vuelta en Colombia en el futuro. Y arriba, una elevación soñada, encarnada en los personajes que imagino a veces y que leo, otras... y que quiero que tengan mi carne en algún pliegue misterioso de esta dimensión en la que vivo.


 
 
 

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