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Trascendencia detrás de un ojo inflamado: sobre una cita al final de El cuerpo. Cegador 2 de Mircea Cǎrtǎrescu


“Entre el cerebro y el sexo tenemos tan solo un tubo digestivo, un chorro de materia en el que estamos ensartados como un abalorio en un cordón. Nos arrastramos eternamente por ese hilo, lo engullimos y lo defecamos y eso es nuestra vida. Bebamos y comamos que mañana moriremos. Y las construcciones de nuestra mente y los fantasmas del sexo avanzan al mismo tiempo que nosotros, a lo largo de nuestra rama, y los logros de nuestra vida son una línea brillante de babas en la hoja que nos sostiene. Por mucho que pensemos, pensamos en este plano, en la dirección de la mente y del sexo, porque nuestra propia mente está modelada por el plano en el que se mueve, así como el ojo de la sepia no ve los contornos, sino únicamente el movimiento. No solo vemos, sino que pensamos también desde el rojo al violeta.” (El cuerpo. Cegador 2 515)


Los tejidos y los nervios atraviesan al ser en todas sus metamorfosis, convirtiéndolo en algo nuevo
Los tejidos y los nervios atraviesan al ser en todas sus metamorfosis, convirtiéndolo en algo nuevo

El capítulo final del segundo volumen de Cegador, de Mircea Cǎrtǎrescu, es una reflexión acerca de la escritura, la lectura y el ser. Para él, hay una suerte de trascendencia en el punto donde el escritor se encuentra con la lectora. (Sí, el narrador de Cǎrtǎrescu específica, o al menos así es en la traducción al español de Marian Ochoa de Eribe, que su texto es leído por una lectora). La clave de esta estructura del “ser”, que trasciende la individualidad y el tiempo finito de la vida, se encuentra en la metamorfosis de ciertos insectos … la manera en que los segmentos de este cuerpo se relacionan con sus alas y con el medio alrededor es la cifra de la trascendencia. La cita con la que comencé este texto particulariza estas metamorfosis. No se trata de una visión en la que la existencia mundana se purifica para elevarse a una no-mundana; no, antes bien, Cǎrtǎrescu propone una trascendencia completamente atravesada por lo corporal: por la interacción entre mente y sexo como un continuo, por la conexión con el entorno que está implicada en el tubo digestivo. Al releer una y otra vez este fragmento, se destacan y se fijan en la mente de la lectora ese “estar ensartado”, el “chorro de materia”, el “engullimos y defecamos” junto a “comamos y bebamos que mañana moriremos”, “la línea brillante de babas”. Se trata de trascender de manera que no se puede entender como opuesto al “ser cuerpo”… no puede ser ajeno a los deseos del sexo y de la alimentación, no puede ser un plano ajeno por completo a las aspiraciones de triunfo y la certeza de la muerte.

Las dos líneas finales apuntan a que esta trascendencia es así concebida porque este es el plano en el que nos movemos: el del cuerpo. Lo humano está en el rango de visión que va del rojo al violeta… y este rango determina también nuestra manera de pensar el mundo. La trascendencia no es una dimensión separada de la cual estamos desconectados, no… es una dimensión del rango de nuestra experiencia. Simplemente es la parte que no podemos registrar en ese rango de la existencia. Nos es ajena, pero no estamos fuera de ella… simplemente estamos tan completamente rodeados de ella que no la podemos reconocer. Sólo podemos atisbarla desde la forma en que nuestra conectividad nos sugiere dimensiones que nos componen y que sí podemos registrar… dimensiones que son parte de nosotros.

Ya he mencionado que leo la obra de Cǎrtǎrescu en su traducción al español. Es muy clara la razón por la cual la obra nombra cada uno de los volúmenes de acuerdo a una parte de una mariposa o de un escarabajo u otro insecto alado (el ala izquierda, el cuerpo y el ala derecha). Se trata de una recurrencia en los capítulos de cada uno de los volúmenes: valerse de la forma en que en este ser los tejidos se diferencian en un proceso de metamorfosis para dar acceso a diferentes planos de existencia. Algo que quizás fue más enigmático para mí, sin que debiera serlo, fue el título general: “Cegador”. Por alguna razón, asumí que se trataba de un insecto en particular que es similar a una mariposa y que, convenientemente, se llamaría “cegador”. La verdad es mucho más obvia… Es un adjetivo explicativo que refiere la capacidad que tiene algo para cegar, para bloquear la visión. No debería ser esto particularmente llamativo… la obra misma recurre muy frecuentemente a esta palabra en los momentos de revelación que experimentan Mircea y los demás personajes. Debemos especificar, sin embargo, que se trata de un tipo de “cegador” que deslumbra… por lo que recuerdo. Esto es, se trata de una luz que es tan intensa que no se registra… o, una luz por fuera del rango de lo que nuestra condición de existir nos permite. Tomando en consideración la reflexión en la cita, también podemos afirmar que el momento cegador no está dentro de los confines de nuestra mirada, nuestro lenguaje, nuestra experiencia… y, en su lugar, aparecen sustituciones reveladoras. Ahora bien, no me castigo demasiado por esa sobreinterpretación relacionada con el insecto, ya que un título que es solo un adjetivo sin un sustantivo directa e inequivocamente referido lo obliga a uno a comenzar a buscarlo. ¿En qué? En la concreción de lo que hay en el texto: la portada con la mariposa, la reiteración del insecto y su metamorfosis a lo largo del relato contenido. Como no he leído el tercer volumen y no he investigado a cabalidad qué dice Cǎrtǎrescu sobre el título de su propia obra, me cabe la pregunta de si también estaba pensando en el insecto que encontré y que por mucho tiempo relacioné con la obra al leer: el tábano cegador. Se trata de una criatura que se metamorfosea: de huevo a larva, de larva a pupa, de pupa a adulto (o imago). Esta última étapa es la de la maduración para la reproducción. Los machos alados vuelan buscando polen, néctar y frutos. Las hembras adultas, sin embargo, necesitan de algo en particular para producir sus huevos: sangre. Las hembras del tábano sobrevuelan a las vacas, a los caballos y a veces a los humanos… los acechan para finalmente ir a posarse en el área donde (creo) encuentran la sangre más dulce: alrededor de los ojos. Por eso se les conoce como tábanos cegadores. Entre sus ojos que vuelan y los ojos que caminan hay una conexión, un tejido irritado, un fluir sanguíneo… y, entonces… oscuridad para unos… y una nueva vida para los otros. Cegador.

 
 
 

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